Apóstatas

viernes, junio 30, 2006

Triste paralelismo


Dos de mis libros favoritos de ciencia ficción son el segundo y el tercero de la "Saga de la Tierra Moribunda", de Jack Vance. Los descubrí por una reseña en la extinta revista "Fierro", los compré y leí velozmente con mucho disfrute y los he releído varias veces. Los he prestado y perdido y buscado nuevamente. La edición es lamentable, con muchos errores de tipeo y de ortografía (¡hasta pensé en tipearlos yo!), pero aún así disfruto cada momento en que los leo.

Esos dos libros ("Los Ojos del Sobremundo", y "La Saga de Cugel") tratan sobre Cugel, un ladronzuelo casi amateur que tontamente entra al castillo del mago Iucounu a robar pero es atrapado por el dueño de casa. Ante la disyuntiva de cumplir alguna pena mortal o ir a la loma del kinoto a buscar un objeto deseado por el mago, nuestro ladronzuelo se ve involuntariamente al servicio de Iucounu.

Claro que Iucounu la tiene clarísima: sabe que Cugel se va a mandar a mudar a la primera oportunidad, y para evitar el raje y forzar a Cugel a cumplir con la misión, le inserta en el cuerpo un animal extraño llamado Firx, como un topo, que se agarra con toda la fuerza al hígado de Cugel y clava sus garras cada vez que nuestro pobre protagonista pretende abandonar la misión.
Cugel es un perdedor, pero todos queremos ser él.

Esto era un cuento de ciencia ficción hasta ayer por la noche, cuando me llamó papá para avisarme que mi padrino Roberto tiene cáncer de hígado. Del tamaño de una naranja.
Esperan que esté encapsulado, y que se haya originado ahí y no sea un foco secundario de otro que quién sabe dónde estará. Con un poco de suerte lo operan pronto, con unos cuantos cortes sacan todo y el hígado por suerte se regenera y casi casi como que aquí no ha pasado nada.
Ojalá.

Desde ayer sólo pienso en Roberto y ese Firx instalado en su cuerpo.

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