Apóstatas

sábado, noviembre 05, 2005

"Luminary"

Me levanto temprano para desayunar con los extranjeros. Algunos parten a Chile, otros a BA camino a sus casas. Me quedo un día más para recuperarme, parar la pelota: un día sólo para mí.

Voy al Cerro Bayo. Me siento en la telesilla, no se ven otras personas subiendo o bajando. Quince minutos en el aire, sólo, mirando el suelo desde arriba. Un Frank Black pone la música.

En el cerro debemos ser 15 personas. Una pareja saca fotos del Lago Nahuel Huapi y de Villa La Angostura. No traje la cámara. No voy a tener fotos que prueben que estuve acá arriba, hoy al mediodía. No importa. Nadie de los que escuchen mi relato va a dudar que estuve. Nunca salgo en mis fotos: viajo solo y se complica salir en cuadro y apretar el botón de la cámara al mismo tiempo. No jodo a los que me rodean con pedidos de que me saquen fotos. La única vez que pedí ese favor, el fotógrafo era chicato y la foto grupal salió fuera de foco. Ese día aprendí la lección.

Muy frecuentemente sucede que estoy solo en el lugar donde quiero la foto. Mi primer día en París visité Pére Lachaise; llovía, y había mucha gente alrededor de la tumba de Morrison, pero yo sólo frente a la de Oscar Wilde. Y en Ginebra llegué tarde al cementerio, pero me colé y nuevamente estuve sólo frente a la tumba de Georgie.

Me siento en unas rocas en la cima del Cerro Bayo. Es un día increíble, dejó de llover después de varios días de clima inestable. Pienso en este día y en la naturaleza y en este pueblo donde la gente deja la puerta de la casa y del auto abiertas.

La siguiente parada es el puerto. Me subo al barco que te lleva al Bosque de Arrayanes. Compro sólo el boleto de ida.

En el bosque, camino por la pasarela que no permite que nadie toque el suelo. Esto ya lo leí en un cuento de Bradbury que se llama "El sonido del trueno". Sólo falta el T-Rex marcado con pintura.

Me despido del guía y voy por la pasarela hasta el sendero, voy a caminar los 12 kilómetros de regreso al puerto. Dejo atrás una treintena de adolescentes y tres españoles de Madrís, todos en bicicleta. Dicen que se tardan unas 3 horas en hacer el recorrido a pie y 2 horas en bici; estoy decidido a bajar el tiempo.

Camino; pienso; miro; canto por lo bajo. Llevo un ritmo de campeonato y creo que la caminata va a ser fácil. A los 20 minutos veo el primer marcador: faltan 11 kilómetros. Qué bajón, ya me sentía un marchista mexicano camino al oro olímpico. Odio el cartel. Sigo caminando.

El siguiente cartel es el de los 7 kilómetros. Me pasan los españoles. A los 5 kilómetros me pasan los adolescentes. Pucha que es larga la caminata. No escucho música, quiero pensar en otra cosa que no sea la música. O pensar en nada.

Una subida sigue a otra. Los 12 kilómetros son de chicle, no terminan más. Hasta que terminan.

No hay carteles de "Llegada". No hay promotoras, ni cintas, ni champagne, ni fotos, ni trofeos, ni coronas de laureles. No hay nadie esperándome. Creo.

El día de hoy tiene un guión y es para el otro Frank Black. Angostura no es Alaska, pero subí un cerro, contemplé el panorama, anduve en barco por el Lago Nahuel Huapi, caminé 12 kilómetros en un bosque increíble, y por sobre todo pensé, para encontrar a Alex Ventoux.


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